lunes, 14 de julio de 2014

En venganza nos devorarán...

Las hormigas tienen por costumbre llegar sin que sean invitadas a manjares y comidas que no fueron pensadas para ellas.  Es una conducta que hasta cierto punto me deja fascinada.  No pedirán permiso para morir de hambre ni claudicaran ante su necesidad instintiva de almacenar comida.  Hace algunos días, estando en mi casa, me preparé un delicioso pan de canela con margarina.  Coloqué el utensilio de untar la margarina en el fregadero, para fregarlo luego de terminar el pedazo de pan y mi jugo de uva. No pasaron cinco minutos, es más, decir cinco minutos es mucho. Fue tan rápida mi acción de comer, tragar y mojarme la boca con el jugo de uva que podría competir en cuestiones de esas de tragar comida por un tubo y siete llaves a toda prisa. 

Pero bien, las hormigas.  Como les decía, deje el utensilio dentro del fregadero, complete mi merienda y al regresar con el vaso en la mano veo, asombrada y boquiabierta, el panorama que se pintaba en mi cocina.  El fregadero color plateado, como casi todos los fregaderos de este país, se había convertido en un mapa majestuoso. Pequeños caminos oscuros dividían la zona. Eran como fronteras. Todas esas fronteras tenían un lugar de inicio en común y uno de partida.  O viceversa. El punto era el utensilio. Ahí, cubierto enteramente, yacía él con la margarina restante.  Me dio escalofríos. Son animales diminutos que, al menos aquí, no hacen daño.  Sin embargo, la escena era aterradora. Un poco más grandes, o un poco más venenosas serian una plaga que nos devoraría en cuestión de minutos.


Ellas al parecer sintieron mi presencia, todas comenzaron a desplazarse como locas, de un lado hacia otro, arriba y abajo, dementes y asustadas. Y yo, yo estaba como una idiota, contemplando el mapa de mi fregadero, las rutas que seguían unas y otras sin desviarse, el orden y rigor de pasarse delante de otras sin atropellar o gritar. Sí, esto lo supongo, no puedo tener certeza, no las oigo. 

Suelo defender a los animales, ellos merecen la vida más que nosotros que nos hemos encargado de joder el planeta y abreviar los recursos que nos dan vida, les decía, que yo que suelo defender los animales, tomé de prisa la esponja de fregar y la pasé por un lado del fregadero, el lado que daba hacia afuera. Luego abrí la pluma a toda presión y vertí agua para que se fueran por el desagüe pa’ bajo.  No las quería en mi cocina, no las quería en el apartamento, no después de haber visto de lo que son capaces.  Cuando el tiempo de la venganza se abra para aquellos a quienes hemos dañado y entonces puedan, sin prisa, hacernos pagar por cada atrocidad realizada a nombre del progreso o la desinformación, sé que yo, me iré por algún desagüe sin que pueda evitarlo o seré devorada por hormigas que harán en mi cuerpo un mapa exacto de rutas irrepetibles para aprovechar cada gramo de azúcar que se escurra por mi piel.

lunes, 2 de diciembre de 2013

El ruido y sus gestores


A mí me gusta el silencio. Es un bien que está en peligro de extinción. Considero que aun no lo han comprendido los vivos para valorarlo.  Por eso me encantaría ser ermitaña, para estar en un lugar silencioso, rodeada de naturaleza, disfrutando los sonidos que no atropellan mis tímpanos ni joden mi cabeza.  Pero la verdad es que cada día es más difícil lograr encontrar un espacio que nos ofrezca tranquilidad.  Lo que más fastidia es que no importa cuánta paz deseen muchos, los que no les importa llegan y se pasan el respeto o la sana convivencia por el culo.  Es así, sencillo. Soy malo, soy ruidoso, soy un perdedor de mierda, una escoria humana, un ignorante, llaga de la humanidad y jodo a los 100 que tal vez quieren estar tranquilos.  1 contra 100. 10 contra 100. No importa.  Les tememos, los respetamos y los recompensamos. Los recompensan las leyes, el sistema y el estado.  Intento encontrar una buena explicación sociológica, psicológica, política, religiosa a esto y nada puede darme el sosiego que necesito. Cada vez que lo explicamos lo justificamos y eso ya se pasó de la raya.


Estos días en que el ruido se enseñorea de cada rincón de este pedazo de tierra me pregunté cuáles otros seres vivos sufren a raíz de esto.  ¿Los perros? Sí.  ¿Los gatos? Ajá.  ¿Las aves que tenemos cautivas en nuestras casas o las que vuelan libres por ahí? También. ¿Vacas, caballos, cerdos, reptiles, aves de corral? Ajá. ¡Todas! ¿Hormigas? Decidí en mis días libres observar las hormigas que llegan a la casa de mis padres. Como les he dicho antes, no es observación científica. La cosa es que grité, no tan alto, di cantazo en el suelo, intenté hacer sonidos roncos, que simularan vibración… nada de esto altero significativamente su desespero ante las migajas regadas en el plato de comida del perro.  Únicamente cuando di el golpe en el suelo se detuvieron, algunas, por unos microsegundos.  Observé también al perro de casa, al del vecino, observé las reinitas que visitan el jardín de mi madre. De todos, las hormigas eran las más tranquilas.


Donde viven mis padres hicieron una cancha en unos terrenos tras el vecindario. En ese terreno debe haber muchos hormigueros, pues en el patio de casa los hay por temporadas. No hay problemas con que las hormigas construyan sus hormigueros lejos de donde pisamos nosotros.  Tampoco hay problemas con que se construya una cancha y un pequeño parque pasivo para que haya sana diversión, sy los idiotas que son el futuro de este país tengan alternativas al ocio, las drogas y la delincuencia.  Se supone que esto promueve la sana convivencia. El problema está en quienes la usan.  De todas las casas que rodean la cancha, digamos unas 40 o 50 casas, pocos usan en el espacio para esparcimiento. O quienes las viven son muy mayores ya o no tienen la fuerza de voluntad para competir con los usuarios habituales.  No.  A ella llegan chamaquitos de corta edad, de una barriada un poco separada del vecindario, a gritar, tirar piedras a su techo de zinc, explotar pirotecnia, poner alarmas, y los mas “adultos” van con sus autos a sonar sirenas o poner música  con megas bocinas a to volumen.  El resto de las familias o los viejos que viven en el área no tienen derecho a tener tranquilidad ni paz. Dicho sea de paso, las hormigas ni los demás animales tampoco. 


Pensaba mientras las miraba antes de levantar el plato para fregarlo, ¿sienten ellas ese revolú que siento yo?  ¿Les tiembla el pulso cada vez que un cuarto de dinamita o “cheribom” estremece las columnas de la cancha de acero y las ventanas de nuestras casas? Si se está enfermo o cansado o simplemente se quiere estar en su hamaca con algo de tranquilidad no se puede. Allí están, a menos de 15 metros, la manada de bestias desconsideradas que gritan, se cagan en dios, en los orishas, en krishna, en sus madres,  y sus padres, sus abuelos, se burlan de todo el que no es como ellos suponen que deben ser, el gordo, el flaco, el afeminado, la tomboy, el viejo, el cojo, el evangélico, el ateo, el independentista, el amargado, el feliz, de TODOS! Hacen repertorios de sus mejores palabrotas, lanzan piedras, encienden su reggaetón con la mejor selección de música para devaluar a la mujer y hablar de cómo coger (o violar, como fumar pasto (que ojala y fuera el pasto lo que los jode) o meterse perico.  Dan las nueve de la noche y piensas, carajo, ya mismo se van a sus casas. Claro, porque tienen casas y madres y padres o abuelos que los crían. Pero, no, esa no es la hora, podemos ver el reloj caminar lentamente a la esquina de las 11 o 12 de la noche y allí está reunido el paquetito que heredará este país.  Llamas a la policía, escribes a la alcaldía (quien tuvo la brillante idea de construir en un lugar así la cancha), haces cualquier cosa, solo para lograr que haya un poco de la tranquilidad que antes había en ese pedacito de vecindario un tantito de silencio, mas respeto, menos alboroto desmedido e irracional. Pero nada ocurre. (Aquí leerán muchos “peros”).  Los lugares donde viven o duermen estos chamacos tienen cierta paz.  Apuesto mi riqueza a que también tienen hormigas y mascotas y viejos o personas que desean tranquilidad.  Allí los adorna alguna que otra bachata hasta las siete de la noche, uno que otro grito. Pero nosotros, los del otro lao, tenemos que aguantar a sus pilemierdas hacer todo tipo de estupideces robándonos la poca tolerancia que nos queda.

Ya no sé cómo reaccionar ni qué hacer.  Vengo de una familia que fomenta la paz (aunque esto a veces me reviente).  Y sufro, sufro porque todos, todos, todos los días mis padres, mis tías y mis vecinos de toda la vida se enfrentan a esta mierda.  Ellos tienen que lidiar con la mierda que dejan los caballos (maltratados y jodidos) en la carretera porque a las joyas del otro lao les gusta pasearlas por mi calle. Tienen que lidiar con las sirenas y las bocinas de los carros, con las motoras que se aceleran constantemente en el espacio de la cancha, con los “niños” que gritan todo el tiempo, mas de dos horas corridas, todo tipo de improperios que incluso a mí, que soy mal hablá, terminan agotándome emocionalmente.  Ahora la moda de los que, ay! Sé que estoy siendo lo peor que haya sido nunca, pero que se joda, así me siento!!, la moda de los que poco cerebro tienen porque no sirven para nada, ni para trabajar, ni para aportar ni para hacer nada que contribuya a un mejor país, tienen como moda, abrir los baúles de sus carros (que no sé cómo pagan!) y exhibir el reguerete de bocinas con luces de neón, pasar con la música a toh tren, lentos, paseándose entre las casas de las gentes que no hacemos ruido, jodiendo la noche o el medio día, o la tarde!  El asunto, antes de irme de lo importante y lo medular, las hormigas siguen su ajoro entre la comida, su trote desesperado para cargar alguito hasta el boquete que tienen bajo las escaleras que dan para el patio.  No parecen sentir los petardos, no parecen inmutarse por este continuo aguacero que nos ha curtido deliciosamente este viernes (denominado negro para los grandes intereses).  Ellas están concentradas, obviando el mundo y sus debacles cotidianos. Entonces, tomo el plato, voy hasta el fregadero del patio, echo en el zafacón las sobras mínimas de la comida del perro, me quedo pensando. Ya no escucho los petardos, ni la música ni los gritos, sólo pienso, metida en ese boquete oscuro que añoro a veces y provoco otras tantas con xanax, coño. Deberíamos ser como hormigas. Ellas son dichosas. Nos doblan la existencia sobre esta tierra, nos pasan por mucho en convivencia, no le temen  al exterminio, ni a la quiebra. Qué dichosas las hormigas. De seguro sus vecinos no joden como los nuestros.  

martes, 12 de noviembre de 2013

amigos desde niños



Éramos adultos cuando nos encontramos, mejor dicho, reencontramos.  La niñez de aquella época era más divertida que la actual.  Teníamos más espacio para movernos, más ganas también. Había imaginación para emprender locas mentiras que nos parecían maravillosas por el hecho de que eran mentiras.  ¿Desde cuándo una mentira que no sabe a mentira es divertida? El asunto es que nos encontramos, sí, reencontramos.  El estaba un poco calvo, yo más cegata, él flaco como siempre, yo gorda como pelota. No seguiré enumerando las especificaciones de nuestras desgracias particulares y compartidas. Allí estábamos sin haberlo planificado.  ¿Qué ocurrió en los últimos 34 años? Muchas cosas.  
El resumen será breve.  Primero, nunca  me casé y él se casó tres veces.  Parecerá que esto es una historia de amor pero no lo es, son cotidianidades.  Tiene un negocio de gomas, electromecánica y mecánica liviana, tres hijos, alta presión y dos hipotecas, la del local y la de la casa de su última esposa. Yo tengo mi mazdita, un bachillerato en ciencia y vivo alquilada.  Sigo siendo antisocial, prefiero las noches para pensar y actuar, mastico chicle a toda hora y mi pelo aun no logra convenios con el cepillo. Oye, pero, que has hecho, te ves muy bien. Me dijo. Embustero de mierda. Contesté.   

 La conversación duró aproximadamente 11 minutos. Me pareció una eternidad.  Preguntó por mis padres, por mi mascota muerta hacía más de 20 años, por mis alergias mañaneras y por los primos con los que siempre peleaba en la escuela. Debía ser educada, así que le pregunté por sus hermanas, su caballo Pocho, si su padre aún era alcohólico, si su madre seguía con el beauty, por sus tías, su operación de vesícula y su sueño de volar avionetas.  Se despidió con un beso y un mini abrazo, de esos que detesto dar.  Al irse con su compra para dividir en tres bocas distintas lo miré sin disimulo. Igual de chumbo, más jorobado, el mismo pie tirando pa dentro. Carajo, ¿cómo es que fuimos tan amigos en la elemental? Mi madre tiene decenas de fotos en las que estoy con él, todo el tiempo con él. Bromean en la familia diciendo que él no logra un matrimonio feliz porque está esperando por mi. Que somos aun uña y mugre. ¿Qué me unía a ese muchacho? 

De pronto gira su cuerpo, camina hacia mí y me dice, casi como secreto y burlón: Así que estudiaste ciencia. Sí. Le dije en tono de no jodas.  ¿Experimentas con hormigas? Lo miré fijamente y me despedí, así, cortante y cruel, con mirada de rechazo que pintaba asco y odio. Espera, dijo riendo y sosteniéndome por el codo. No te agites. No es gran cosa. Aun soy tu partner. Tú las observas, yo aún me las como.  Solté de mala manera mi brazo de su mano, lo miré mal, harta de odio. Caminé de prisa hacia mi mazdita. Al arrancar, sonreí.  Comprendí de dónde venía aquella juntilla tan insana. Recordé todo con mínimo detalle.  Echar la tierra de los hormigueros en agua, que el montón hormigas flotara, en una pañuelo escurrir las hormigas y luego disfrutarlas como exquisito manjar, mientras yo observaba como estas intentaban huir de su diminuta boca. Coño. Dije en voz alta. ¡Aún come las hormigas!

miércoles, 23 de octubre de 2013

camino invisible

Tiritan los espacios cuando nadie está cerca. La soledad es un bien escaso, un mal demasiado temido. Me disponía a limpiar mi habitación ese día. comenzando la faena descubro así la ruta exacta de un grupo menos problemático que mis vecinos y más sociables también. A dónde se dirigen tan precisos y obedientes. ¿Es obediencia lo que las mueve, conveniencia, democratización?  Podría buscar información sobre su naturaleza, pero decido no hacerlo. No quiero hormigas en mi cuarto...

Suelo entretenerme con cualquier cosa que sea más interesante que lo que esté haciendo. así que me acomodé sin muchos miramientos y miré. No fue una tarea científica, no fue una observación para saber o conocer específicamente algo sobre su comportamiento.  Para eso tengo mi imaginación. Lo que quiera saber lo invento, me lo creo y lo recreo en mi cabeza.  Entonces, lo hice por entretenimiento y un poco de curiosidad. Observar para entretenerme, cómo, porqué, dónde... por ej cómo y por qué chocan, cómo siguen, por qué algunas se desvían solo un poco pero regresan al carril invisible hasta atinar el destino. Unas van, otras vienen.  Hasta pensé en comprar una lupa para mirarlas...

Busco entonces trozos de pan, diminutos, puras migajas.  Las riego en el sendero invisible que supongo tienen. No les hacen caso, chocaron con lo que supongo es un manjar y se desviaron para retomar, centímetros más adelante, nuevamente el camino. Solo un individuo parece estar interesado en ese milagro de multiplicar pan sobre un diminuto camino recién descubierto.  ¡No puedo creer que les ofrezco diversión y alimento y no hacen nada!  Me levanto de prisa,
busco azúcar y regreso. Les aclaro que la distancia entre la habitación y la cocina es sólo a pocos pasos.

Al regresar y nuevamente acostarme en el piso a mirarlas, veo que varios individuos están sobre las migajas de pan. ¿Quién dio la señal? ¿Cómo?  ¿Es que no quieren que las observe en su dialogo intimo y secreto? Corren despavoridas, malagradecidas, les digo. Tomo la escoba y el recogedor y paso factura ante su descarado rechazo y antipatía por mi acción, que fue a favor de ellas, aunque solo haya sido por entretenimiento.  Barro, dejo el camino invisible sin hormigas, luego procede el mapo con cloro, desinfectar, que todo este limpio.  La puerta a su destino... esta vez no la sellaré, a ver si aprendieron la lección y sirven a mi ego y caprichos, sumisas.

lunes, 14 de octubre de 2013

Cuestionamientos

El espacio entre brazo y brazo es demasiado corto. Es corto para extenderlo a los que van cerca del abismo. Sabemos que con solo extender tal extremidad podríamos salvar al otro del hoyo siniestro del olvido. Mas no sé de dónde surge la idea de que estirar el brazo nos arrastrará a ese "hoyo" junto con ellos. Por eso tal vez nuestros brazos siempre están hurgando nuestros huecos como medida clara a no mirar el otro. ¿Una manera mortal de protegernos?

Eso no es malo, pienso. No es malo, sé. Simplemente pica este continuo andar hacia nosotros mismos. Eso no es malo, pienso. Eso no es malo. Lo que ocurre es que, observar desde la ventana la soledad del mundo acompañado hace que tantos solitarios seres pudran mi tristeza. Cómo es que no podemos estirarnos, alcanzar, dar un poco lo que no llega lejos, que se queda cerca. Porqué no ofrecer pan a una boca similar a la nuestra, que habla, que sonríe, que musita y maldice.  Cuándo nos convertimos en esto que caminamos. Cuándo en lo que odiamos.  Nosotros no cargamos a nuestros muertos para comérnoslos. Si es cierto eso de que las hormigas se comen a sus muertos, si es cierto que no nos comemos a los nuestros.


La proximidad del otro me da pavor, el acto del tacto, la cercanía inminente del desconocido. Pregunto de dónde heredé el porte antipático, el acto antisocial. Cómo aprendí la desconfianza, el mirar receloso. Los pasos que llevo me inundan de cuestionamientos y denuncias, mas no alivian mi pesada culpabilidad.  Ha sido tan poco el pan que han dado mis brazos, ha sido tan poco el techo, tan pocos los abrazos, tan limitados los abrigos, los cafés, la palabra útil.  No soy una hormiga ni soy superhéroe. Aun no tengo la medalla de la paz sobre mi abrigo.  Soy lo que soy en medio de tanto humano. Una humana más que detesta el proceder típicamente humano. Una humana que se convence de todo lo que la humanidad ha destruido. Un humana que fantasea y quiero ser diferente, ser otra cosa, ser un mejor animal que pueda decir: “vivo, me reproduzco sobre un globo de tierra”.

sábado, 12 de octubre de 2013

Fanatismo Complicado



Esto de ser un fanático de las hormigas puede ser un poco difícil. Los temas de política a muchos les estremece. Creo que entienden a qué me refiero con temas políticos. Porque esto lo es, sin lugar a dudas.  Yo he comenzado a vivir aceptando el enlace fugitivo de mi fascinación.  Lo científico lo dejo a los científicos, sólo me circunscribiré a lo que he aprendido de ellas.  Y han sido varias cosas, muchas en verdad, aunque me cuesta recordarlas todas.  

Por ejemplo: Me arrimo al pan como he visto que ellas lo hacen.  Desde pequeña, si alguien se metía con mi trozo de pan, podía salir picado.  El pan me dirige, me fortalece, me forma. Tengo una ruta, fomento el trasiego y la venta del pan.
  
También tengo latente el gusto por el azúcar. Lo dulce es perjudicial para mí, pero imposible de ignorar. Sin embargo, debo ir aprendiendo su manera de socializar, ese poco me importa que otro me toque o yo tocar, chocar, seguir.  En mi caso, el espacio personal es demasiado importante. No me agrada que me roce o me toque cualquiera que se cruce en mi camino, aunque sea de mi clan. Eso de estar chocando narices para compartir información no me parece higiénico y ni decir el treparme sobre otro para alcanzar un objetivo. 

Es por eso que mi fascinación o fanatismo se queda ahí, en las gradas. Tengo costumbres tan humanas, que me imposibilitan acercarme si quiera a esa especie fascinante y trabajadora, unida y rutinaria. Queda entonces permanecer, vociferar, seguir, observar y en ocasiones, pocas ocasiones, aniquilar a estas diminutas criaturas.  Lo mejor es cuando me sorprendo haciendo voces, diminutas también y transcribiendo sus diálogos.

Eso que es la envidia




Las hormigas no le tienen miedo al exterminio.  No lo necesitan. No temen al debacle de su clan ni a la quiebra. Duermen sin levantarse a espiar por las ventanas intentando cuidar la propiedad privada que no les pertenece. Desayunan y meriendan sin angustiarse por la muerte o el alza en la gasolina.

Allí en su universo terrestre, complejo y amenazado, no existe la bolsa de valores. No pierden grandes sumas imaginarias de riquezas imaginarias robadas al imaginario de otra hormiga. Porque al fin y al cabo, las hormigas son hormigas sin planes de exterminar a otras hormigas distantes con una bomba insecticida que podría, estúpidamente, exterminarlas a ellas mismas. 

Todo esto me provoca envidiarlas recelosamente, enojadamente, con pasión y determinación. Envidiar su tranquilo recorrer por las superficies de los gabinetes, su orden desabrochado y el lenguaje  táctil y olfativo de sus conversaciones. Es cierto, me enojo en ocasiones, más que todo porque no entiendo su búsqueda incesante de pan o migajas de pan, su sincronizada exploración por esas planicies enchapadas de la cocina.
Pero no importa, lo que importa ahora es que me hubiese gustado mucho ser una hormiga y estar, tal vez, escribiendo versos raros, de envidia a otro animal bajo un árbol. Quizás también merodear y conquistar con piropos improvisados al chocar con otras hormigas cuando sigo alguna pizca de pan. Qué ironía esta, escribir como hormiga, sentir como hormiga, multiplicarme y ser aplastada por el dedo de alguien igualito a mí.